Abandonó la ciudad y se refugió en la montaña. Contrario a lo que comúnmente pasa con el campesino desplazado de sus tierras, a Clementina Barajas su despido laboral en Bogotá la desplazó hacia el campo. Desde allí, junto a su esposo Luis Murillo y sus tres hijos, sembraron en la tierra la oportunidad de formar una empresa.
Dos décadas atrás la finca solo tenía una casa pequeña construida ladrillo a ladrillo por Clementina y Luis; ahora esa construcción es un gran vivero lleno de frutas, tubérculos y hortalizas. A su alrededor, también crecen y se conservan especies nativas y hasta cuenta con un pequeño criadero de truchas. Hoy en día las fincas, El Alisal y San Luis ya son una marca de sus productos.
Las ocho hectáreas de producción son agroecológicas, no hay químicos, ni sustancias sintéticas, y todo hace parte de un sistema de policultivo que proporciona el hábitat para otras especies vegetales y animales. Con cultivos ambientalmente sostenibles, esta mujer, de manos fuertes y estatura media, se ha convertido en la guardiana de la tierra, en una campesina orgullosa de un oficio propio de la montaña.
Clementina transmite su conocimiento a otras generaciones que han olvidado su origen “agrodescendiente”. No por nada, sus cultivos se han convertido en un espacio pedagógico, donde se hacen visitas de estudiantes y universitarios que caminan junto a ella mientras habla sobre la importancia de cultivar nuestro alimento y respetar el estilo de vida del campesino y el que labra la tierra.
Clementina también hace una reflexión sobre el significado de pobreza y su relación con el campo, pues sus hijos fueron objeto de comentarios ofensivos por ser campesinos; eso sin tener en cuenta que los Murillo Barajas tienen toda la comida alrededor de su casa, ellos no tienen que trabajar en otro oficio para conseguirla y sacan de la tierra lo que necesitan para vivir dignamente.